Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

jueves, 14 de agosto de 2014

El mejor Prozac: un buen libro.


Creo recordar que fue en IT, de Stephen King donde leí esta frase y no puedo estar más de acuerdo con ella. Tanto me impactó en su día que me puse a investigar sobre el tema llegando a la conclusión de que la rutina y la falta de estímulos externos suelen ser los causantes de la infelicidad.
A lo largo de nuestra vida asistimos de primera mano a cómo se comba nuestro espacio-tiempo. No, no voy a entrar en el campo de Einstein ni mucho menos. Los tiros van por otro lado. Todos recordamos cuando éramos pequeños cómo las horas, días y semanas pasaban a un ritmo condenadamente lento. Sobre todo cuando estabas esperando que llegara un momento determinado con ansia. Sin embargo en la edad adulta, el tiempo se escurre como el líquido entre tus dedos sin que nada lo pueda remediar. O eso pensamos.
Cuando llegamos a este mundo, nuestro cerebro se encuentra virgen de información, como un disco duro recién comprado. Aunque no sabría decir cuándo, supongo que siendo un feto ya comenzamos a recibir estímulos externos, los cuales están directamente ligados a nuestra percepción del tiempo.
La medición del tiempo es un invento humano, pero cómo lo percibimos depende de cómo lo interprete nuestro cerebro. Por poner un ejemplo, si estamos en las fiestas del pueblo viendo un espectáculo pirotécnico, vemos y oímos la explosión de los fuegos artificiales al mismo tiempo si nos encontramos más o menos cerca. Con la física en la mano, la velocidad del sonido es de unos 340m/s. La de la luz de casi 300.000.000m/s. Resulta lógico pensar que deberíamos ver primero toda la amalgama de luminosos colores y luego escuchar la explosión ¿verdad? Es nuestro cerebro el que se encarga de hacer este ajuste. Por así decirlo, tenemos una pequeña máquina del tiempo sobre los hombros Doc…
Volvamos a nuestra infancia. En cuanto salimos del útero se produce una explosión sensorial. Todo es una novedad para nosotros. Nuestro cerebro empieza a recoger información por los cincos sentidos de forma ineludible de nuestro entorno, que luego forjarán nuestro carácter y experiencias. Como es previsible, en un principio nuestro procesador funciona al 100%, pero a medida que pasan los años va descendiendo gradualmente hasta que llegamos a una edad adulta en la que irremediablemente tiende al 0%, puesto que con el transcurso de los años es difícil encontrar nuevas sensaciones (una naranja la descubrimos por primera vez y luego son todas iguales). Este esfuerzo mental es el que incide directamente en la percepción del tiempo, cuantas más novedades aportemos a nuestro cerebro, disfrutaremos de una mayor sensación de haber aprovechado el tiempo y este parecerá ralentizarse.
Es lo que sucede cuando la gente comenta que ha aprovechado muy bien sus  vacaciones, que incluso se le han hecho largas aunque luego lo neguemos una y otra vez en el trabajo. La salida de la rutina y el hecho de recibir nuevos impactos sensoriales es lo que ocasiona este cambio de percepción en el tiempo. Por eso a los humanos nos gusta viajar, somos curiosos por naturaleza debido a esa necesidad de recibir sobre todo nuevos estímulos visuales. Esto hunde sus raíces en los principios del tiempo. Cuando no existía escritura, no quedaba más remedio que recordar esa planta venenosa, ese animal peligroso o el camino de vuelta a tu cueva. Así durante miles de años, convirtiéndonos de ese modo en unos yonkis de las imágenes.
Obviamente, salvo para algún privilegiado o alguna persona con la valentía de dejarlo todo y ponerse en ruta sin preocuparse por el mañana, viajar es costoso y requiere mucho tiempo libre. Pero existe una forma más barata. Durante el proceso de lectura evocamos imágenes. Está demostrado que nuestro cerebro adopta la misma actividad cerebral cuando hacemos una labor y cuando pensamos que la estamos haciendo. Sirve entre otras cosas para comunicarse con personas en un estado vegetativo. También está demostrado que el cerebro de una persona lectora es diferente al de una persona que no lee. Los primeros poseen unas mejores conexiones neuronales.

Resumiendo la conclusión es obvia y fácil de llevar a la práctica. Si quieres ser más feliz y alargar tu vida, no el tiempo mensurable, si no la calidad del tiempo percibido, lee. Y prueba a volver a casa del trabajo por un camino diferente aunque lleve unos minutos más, descubre nuevos sabores, deja de lado tus viejos vinilos y vete a una jam session a descubrir nuevos músicos o cualquier otra cosa nueva que se te ocurra. También puedes tomarte un Prozac… o ponerte a escribir.

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