Un blog para presentaros mi primera novela y compartir mis opiniones, experiencias e inquietudes con vosotros. Amanece sobre Londres relata dos historias paralelas en el tiempo, una en el siglo IV y otra en la actualidad contra un mismo enemigo: Luzbel. El destino de sus personajes se decidirá antes de la salida del sol, tras una frenética carrera a través de las calles de la capital británica.

 

lunes, 23 de febrero de 2015

La ley de Moore del conocimiento

Nudo de Salomón en la Iglesia de Santiago de Peñalba
Todos tenemos en nuestras familias o allegados a un niñ@ de corta edad. Es increíble ver cómo son capaces de desenvolverse con las nuevas tecnologías y hacer varias cosas a la vez. Por decirlo de algún modo son “multitarea”.  Realmente es un reto para los padres de hoy en día mantenerse “actualizados” para intentar educar lo mejor posible a sus hijos, el salto generacional cada vez es más grande.
Todos conocemos o hemos oído hablar en alguna ocasión la Ley de Moore. Gordon Moore predijo ya en los años setenta, que el número de transistores de un circuito integrado se duplicaría cada dos años, vaticinando la bajada de precios de los ordenadores a la vez que aumentaban sus prestaciones. Su ley ha ido más o menos cumpliéndose en estas últimas décadas, pero el motivo de esta entrada no es hablar de informática, sino de establecer una analogía entre la ley de Moore y el conocimiento.
En Amanece sobre Londres, algunos de sus protagonistas tienen que lidiar con un vasto conocimiento (no voy a entrar en detalles para no lanzar ningún spoiler), lo cual me llevó a una serie de reflexiones y preguntas sin respuesta acerca del futuro que nos espera a la humanidad.
Fue el matemático polaco Alfred Korzybski quien reparó en la velocidad a la que se duplicaba el conocimiento. Según sus estudios y tomando como referencia el nacimiento de Jesucristo, tuvieron que transcurrir unos mil quinientos años para que con la llegada del Renacimiento, el conocimiento existente se duplicara. Sólo tuvieron que pasar dos siglos y medio para que volviera a tener lugar este hecho. Nuevamente se duplicó en el siglo XIX, hasta llegar a nuestra época en la que ya se habla que esto ocurre cada seis meses. Para el final de la década calculan que se duplicará cada mes. Llegados a este punto te aconsejo que tomes aire y releas con calma este párrafo, porque sinceramente me está dando vértigo el mero hecho de escribirlo. Tómate unos segundos para reflexionar, quizás llegues a hacerte la misma pregunta que yo me hice en su momento. ¿Qué ocurrirá cuando este conocimiento se duplique en horas, minutos o incluso varias veces cada segundo?
El filósofo científico Thomas Kuhn denominaba paradigma al conocimiento científico en vigor durante un determinado espacio de tiempo, por explicarlo de una forma simple. A medida que avanza el conocimiento se van produciendo diversos cambios de paradigma a todos los niveles, no solo el científico. Por poner un ejemplo, la llegada de internet a nuestros hogares supuso un cambio de paradigma social, económico, moral, tecnológico, etc., dejando las inmediatamente anteriores tecnologías analógicas obsoletas. Raymond Kurzweil en su Ley de los rendimientos acelerados aborda precisamente este tema, al igual que en la Ley de Moore, habla de un crecimiento exponencial tecnológico. De acuerdo con esta teoría, los cambios de paradigma cada vez suceden más rápido y llegaremos a un escenario que desembocará en lo que él llama una singularidad tecnológica. Un punto en el que los cambios sucederán casi instantáneamente y afectarán tanto a la humanidad que sacudirán los cimientos de nuestra especie. Lo más inquietante es que no estamos hablando a mil o dos mil años vista, sino que ocurrirá en dos o tres décadas. La mayoría de los que estáis leyendo este artículo viviréis ese momento en la historia y nadie puede predecir lo que ocurrirá.
Afortunadamente, el propio Señor Kurzweil aporta una solución. Su propia ley indica que cuando el progreso se encuentra con una barrera tecnológica, la propia tecnología inventará una forma de cruzarla. Cuando lleguemos a la singularidad, no solo no podremos asimilar un conocimiento que se duplica instantáneamente, sino que el cambio de paradigma continuo ocasionaría que perdiera validez aquello que era vigente hacía tan solo unos segundos. Su respuesta está en el transhumanismo. Los avances en nanotecnología, biología, IA… nos permitirán vivir más, revertir incluso el envejecimiento y potenciar nuestros cerebros.

Aquí es donde se abre el debate. Supuestamente estos avances nos igualarían a todos pero, si echamos la vista atrás, en los últimos años el sistema imperante es el capitalismo económico. Si esta tecnología tuviera un coste, ¿qué ocurrirá con aquellas personas que no puedan acceder a ella? Y contemplando un escenario utópico en el que esta nueva tecnología fuera accesible a todo el mundo, ¿qué ocurriría con aquellas personas que quisieran mantenerse humanas al cien por cien? Si observamos con atención la historia, aquellas civilizaciones que disponían de mayor conocimiento y tecnología, han sometido a aquellas que consideraban inferiores. No me atrevo a aventurar lo que ocurrirá cuando llegue la singularidad, pero espero que en los próximos años comiencen a anteponerse los valores a los designios políticos y económicos. Como decía en una entrada anterior, deberíamos dejar de concentrarnos en problemas pasados y trabajar en el presente para posicionarnos en una situación ventajosa en ese futuro incierto. Porque todos los problemas actuales, habrán quedado obsoletos cuando llegue la singularidad tecnológica.

3 comentarios:

  1. Por desgracia, me temo que seguirán anteponiéndose los designios económicos sobre los valores humanos, e incluso políticos. Lo cual nos lleva a un escenario escalofriante: el utilitarismo como único leitmotiv de la sociedad. Dantesco.
    Un abrazo.

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  2. Gracias por el comentario. Lo has resumido muy bien en tres líneas. Un abrazo.

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  3. Sin duda, una reflexión muy interesante. Enhorabuena por tu libro.

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